Lois Caeiro
Bioga (Cluster Tecnolóxico das Cienas da Vida), que preside Carmen Pampín, celebró ayer la jornada de la Galeguidade Empresarial, con un compromiso de impulsar la presencia del idioma gallego en las empresas. Fue la firma en Santiago de un documento en el salón noble de Fonseca (USC), ante el rector de esta universidad y representantes de las de Vigo y A Coruña. La iniciativa la impulsa el Foro Enrique Peinador que preside y dinamiza el incansable Xosé González Martínez. Este pidió allí que la causa de la lengua propia vaya más allá de la literatura: un Día das Letras transversal que dé protagonismo a la ciencia, la economía o la empresa. Cuando se celebre o se honre para promocionar y trabajar por una realidad normalizada de la lengua habría que proponer más referentes que los literarios. Parece un planteamiento lógico.
La causa del idioma propio debería salir de la batalla partidista. Y traspasar su reivindicación como uso en la liturgia oficial o pública. Esa lengua que desaparece inmediatamente cuando se cierran los micrófonos. A veces, ni espera a que se apague la megafonía.
Fálalle en galego, con la imagen de una mujer con un bebé en brazos, fue la gran y modélica campaña a favor del idioma propio. Identificaba el objetivo y la estrategia: el idioma para existir y asegurar futuro tiene que estar en las familias, en los hogares. Ese es el primer uso normalizado para avanzar.
La normalización del uso del gallego encontrará respuestas positivas si se plantea desde la simpatía y la acogida cálida, como la que representaba aquella madre con un bebé en brazos. Era una campaña creíble, con Paz Lamela Vilariño en Política Lingüística de la Xunta. Buscaba la aceptación y acogida de la lengua propia del país, no descalificar ni molestar.
Sé que ocuparse de la cuestión lingüística en Galicia, en interés de la lengua propia pero fuera de la línea marcada como políticamente correcta, equivale a pisar un campo minado. No digamos ya cuando se hace en castellano, como en este caso. Pero, allá va. Porque aquellos niños a los que les aplicamos el mensaje de Paz Lamela hablan hoy con los suyos en gallego, como lo hace en castellano o inglés en los usos que les marca la vida. Por esto entiendo normalizar.
Sucede a veces que las minas se llevan por delante a quienes las colocan. Los dogmas en política lingüística y las excomuniones a los que se tilda de traidores equivalen a desenfocar el objetivo. Pudiera suceder, más pronto que tarde, que quienes se arrogan el monopolio político de la defensa de la lengua propia, y al tiempo reparten excomuniones y gastan las fuerzas con enemigos imaginarios, acaben por descubrir un día que ya no hay nada que defender. El “informe dramático” avanza. Se lo escuché estos días a alguien dolido por las descalificaciones recibidas por reflexionar, argumentar y proponer con criterio propio.
¿Qué se defiende: posiciones partidistas, intereses personales y de grupo o un uso normalizado y aceptado mayoritariamente? No hay argumentos de la razón para excluir en lugar de sumar. Y no se construye cuando se ignora o desprecia la realidad.